Barcelona, te estás equivocando... Estoy en la casa de unos amigos de Graciela (la íntima amiga de mi madre), que por suerte me dieron asilo por esta noche. Después de comer un puchero calentito y con el chisporroteo de la leña de fondo mientras escribo esto, todo se ve mejor. El camino hasta aquí fue complicado, incómodo y estresante. Pocas veces uno repara en la cantidad de convenciones, códigos y savoir faire involucrados en las acciones más cotidianas. Cuando estás de viaje, la ignorancia de esas convenciones, códigos y saber que da la experiencia es precisamente lo que puede hacer un verdadero infierno de algo tan sencillo como viajar en colectivo, metro o ferrocarril. De ser un ciudadano perfectamente adaptado en su propia tierra, uno pasa a sentirse -y a verse como- un pajuerano inútil en territorio ajeno. Pasar unas cinco veces junto al mismo punto -cargando mi enorme, pesada y detestable valija- antes de advertir que era la parada donde debía quedarme, es sólo una pequeña muestra de las torpezas múltiples que soy capaz de cometer. Hoy extrañé y admiré más que nunca la infinita eficiencia de Michi. Yo soy más bien todo lo contrario.
Salir de Sevilla puso a prueba mi sistema coronario. Si me dan a elegir, prefiero la muerte instantánea de un ataque cardíaco, pero después de hoy, creo que tengo más chances de morir aplastada por una vaca voladora de Milka cantante de boleros.
Primera observación: la mala leche de los "bondieros", como los llama la amiga Caroline, es internacional y unisex. Para llegar al aeropuerto de Sevilla tuve que tomar dos colectivos. El primero, hasta la estación del Prado de San Sebastián, y el segundo, desde allí hasta el aeropuerto. Llegué justo a tiempo a la parada del primer colectivo, subí, pagué y le pedí al chófer que me avisara cuando fuese la parada donde debía bajarme. Puso mala cara: "bueno, si me acuerdo", dijo. Supe que no iba a avisarme. Ese fue el punto de inflexión en el que pasé de no establecer contacto con nadie -como venía en toda la etapa de estar siempre con mis hermanos- a convertirme en una preguntona. Gracias a mi repentina desinhibición, pude llegar a la estación de San Sebastián, pero no era ahí exactamente donde debía tomar el segundo colectivo. Para llegar a ese segundo bondi hice varias otras preguntas a las malditas esfinges sevillanas -i.e: los empleados de la estación- que contestaban, como corresponde a su naturaleza, en acertijo. En medio de una estación circundada por arcadas, todos me decían que debía atravesar "la" arcada, bajar por la rampa, cruzar la avenida hasta la estación de metro y "abajo" encontraría la parada del EA ("Especial Aeropuerto"). Bien, resulta que estaba a solo una cuadra del punto en cuestión y a unos 5 minutos de la salida del colectivo de las 12:30, pero encontrar "el" arco me llevó más de 2, y ubicar la parada (la única sin techito), más de tres. Conclusión: de seguro pasé junto al colectivo que debía tomarme más de una vez, corriendo como desesperada de un lado al otro, bajo la lluvia copiosa, cargando la valija de 16 kilos, y perdí el colectivo. Pasan cada 15 minutos, así que me quedé ahí, usufructuando a más no poder la única cosa gratuita en Europa: la lluvia y el frío. Por fin llegó el colectivo de las 12:45. Aunque previsoramente había juntado las moneditas, confundí la tarifa y, por los 10 centavos que me faltaban, tuve que revolver mis bolsillos mientras otros pasajeros se impacientaban en la cola. Encontré moneda, pagué, listo. Bien, prueba superada: ya estaba en el bus al aeropuerto, ¿qué más podía pasar? Pues podía pasar que la señorita bondiera de este nuevo colectivo fuera aún más cabrona que el señor colectivero del anterior. El problema no fue conmigo, pero ya sabemos: la mala leche nos afecta a todos. Había una pareja de ingleses en el colectivo que no iba al aeropuerto sino a la estación de trenes, donde el EA hace una parada para recoger gente que va al aeropuerto, pero en la que nadie puede descender. Suena absurdo, ¿no? O sea: puede subir gente pero no bajar. Contra toda lógica, porque el colectivo llega a la estación, para, espera, tiene dos puertas que bien podrían abrirse simultáneamente permitiendo el tráfico en ambos sentidos, y todos contentos. Pero no, y la colectivera, muy respetuosa de las normas, no quería dejar que la pareja de ingleses bajara. Ninguno de los dos le entendía una sola palabra, así que, mientras ella repetía "es que aquí no hay parada", ellos insistían en la pregunta "¿es la estación de trenes?". Mientras subían algunos pasajeros, el tipo logró bajar por la puerta delantera. La esposa, en cambio, con intención de ser más educada, creyó que la señorita cobroncilla bondiera le indicaba que debía descender por atrás, así que hacia la puerta de atrás se dirigió muy sonriente, y esperó en vano que la perra sarnosa al volante le abriera la puerta.Cuando terminó de subir la gente, el colectivo arrancó y la lady inglesa empezó a desesperarse: "Stop, stop". "Que aquí no hay parada", insistía el disco sarnoso y rayado de la colectivera. "My husband, muy little husband", casi lloriqueaba la otra. En este punto se armó el piquete solidario, del que, por supuesto, participé: "que el marido quedó atrás", "vamos, pero no la harás ir hasta el aeropuerto", "que no hay parada, que me pueden multar a mí", "pero venga, que la pobre señora dejó atrás al marido", "dale, está desesperada y no te entiende, dejala bajar" (esa era yo, ¿se nota?), "pero qué queréis, ¿que la deje bajar aquí y la pillen? Que también es por la seguridad de los pasajeros". En resumen: la bad milk de la señorita al volante nos costó unos valiosísimos minutos, y recordemos que ya me había retrasado. Bajó lady Train Station y seguimos camino. De ahí al mostrador del check-in siguieron otras muchas preguntas para hacer más rápido. Venía bien, pero tuve la mala suerte de tener delante a un tipo con todos los contratiempos que se pueden tener en un aeropuerto (llevar una valija extra no incluida en su ticket que debió pagar en el momento, con una tarjeta que no sé qué problema tenía, tener mil quinientos electronic devices que hacían sonar todas las malditas alarmas del control, ¡hasta la cinta del scanner empezó a funcionar en dirección contraria cuando le llegó el turno al tipo, y hubo que arreglarla!). Así es que, cuando por fin logré pasar el control, escuché el último llamado para mi vuelo, y empecé a correr por los pasillos con las botas altas con los cierres bajos (te hacen sacar las botas en casi todos los aeropuertos). La viva imagen de la desesperación. Finalmente no era para tanto, estaba toda la cola esperando abordar; pero me pegué un buen susto. Una vez en Barcelona, surgieron nuevas complicaciones. Cada detalle requirió de una investigación previa: cómo llamar a un fijo desde un teléfono de Barcelona, dónde encontrar un público a monedas, cómo llamar desde el celular francés que me dieron los chicos, qué combinaciones de colectivo hacer, dónde tomar el ferrocarril, cómo llegar a la estación correcta del ferrocarril, dónde y cómo comprar el pase, qué pase comprar, dónde se coloca, dónde hay que pararse para que se abra la puertita y no interferir, de qué lado del anden pasa el tren que debía tomar. Todo eso y mucho más debajo de la lluvia, con un paraguas tan maltrecho que era más bien una bolsa de residuos agujereada. Transpiré mucho, me sentí la más idiota del planeta, me sonrojé tantas veces que me ardían las mejillas, pero llegué a destino.
Qué más decir... Mañana será otro día, tal vez aún peor.
Hermanos, los extraño. Pendejita, tendrías que haber venido a "perderte por las calles de Barcelona" (pero las comillas están de más, porque esta vez es literal el asunto).
Ah, me llegan noticias de que Buenos Aires es un sauna. Sólo un viaje en avión para que tus deseos se hagan realidad, y la temperatura suba 40 grados.
Hasta mañana!
martes, 12 de enero de 2010
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eeeehhhh!!!! sauna party en BA!!!!
ResponderEliminarjeje, bueno, eso sí que es perderse por las calles de barceló! pero mirale el lado positivo, ahora tenés un montón de anegdotas!!!!!!!!!! buenísimo no???? noooo?????
jeje, bueno, re disfrutá del resto del viaje, q todavía te quedan muchas anegdotas q contarnos, y no dejes de subir cosas q así podemos robarte un poco de viaje y segui paseando con vos! y perdiendonos por las calles de europa!
los últimos besotes parisinos (pero no a la francesa, puaj!!!!)
(qué asco!)
(jeajaja)
te ves al rato,
anita.
Dale, "anégdota", seguí haciéndote la graciosa que la gente va a pensar que sos una bestia bruta en serio. Me imagino que estarás ahora mismo haciendo tiempo en Barajas. Qué plomo. El 24 me toca a mí. Lo barato sale caro, dicen, y es bastante cierto. Te echo de menos mogollón, chiquilla.
ResponderEliminarBarcelona está de puta madre. Hermosa en serio.
Marín.