Llegué. El 25. Hasta ahora no hice mucho más que llenar el tambor del lavarropas, poner jabón en polvo o jabón líquido, suavizante, seleccionar programas para ropa delicada o lana, esperar, sacar la ropa, colgarla y volver a empezar el ciclo del lavado. Todavía quedan dos tandas de ropa, y decidí que lo que tardaran en lavarse es el tiempo que me concederé para asimilar el regreso. Ya van dos días, es hora. De modo que, cuando termine de colgar la ropa, me pondré al día con los llamados, los mails, armaré un plan para la noche y esas cosas que hace la gente normal que no pierde tiempo en preguntas inútiles. La primera de esas preguntas es para qué estar en Buenos Aires con este calor insoportable. Será que mi predilección por cambiar los "por qué" por "para qué" se arraigó tanto que la pregunta se me hace automática, y la respuesta, desde luego, decepcionante: para morirse de calor, qué más. No tengo pensado retomar el trabajo hasta el 1ero de febrero, así que estar acá estos últimos días de enero no parece tener finalidad alguna. Muero de ganas de irme a algún lado con verde y agua, pero lo veo difícil. Por sobre todas las cosas, caro. Sé que no tengo derecho alguno a quejarme después de un largo, completo y fabulosísimo mes de viaje, por si alguien que lee estas líneas y no se fue de vacaciones está planeando saltarme al cuello en alguna foto donde lo exhiba (gracias al frío invierno europeo, no debe de haber muchas). Antes de que me vampiricen, aclaro: no me quejo, sólo reivindico mi libertad de expresión. Sabemos que "you can't always get what you want", pero se supone que sí podés decirlo. We are in America, men.
Otra cosa que busqué responderme con desesperación las dos últimas mañanas fue: ¿En qué país estoy? La pregunta surge antes de abrir los ojos, como algo que es imperioso saber antes de que se despeguen los párpados, para no despertar en el vacío. Taquicardia y, por unos segundos, sensación de estar completamente perdida. Son los segundos previos a abrir los ojos y los segundos siguientes a animarme a mirar alrededor y no encontrar más que paredes blancas, internacionales, ubicuas. Ahora entiendo por qué se habla de "color local" como lo que define un espacio en relación con su cultura.
Esperaba que me pasara algo así en Europa, porque llegué a cambiar de ciudad, país e idioma cada 5 días, y hubiese sido esperable vivir en estado de confusión. Sin embargo, no me pasó nunca. Sí tuve varios lapsus con los idiomas. Apenas llegamos a España, después de casi 15 días en París, Ana y yo les decíamos bonjour o pardon a los españoles que, tras comprobar que éramos argentinas, debían de pensar que nos estábamos haciendo las vivas, que éramos un par de snob, o de idiotas. Pero nunca dudé de dónde me estaba despertando. Vanesa, en cambio, me contó que casi me aplasta la cabeza (yo dormía en el piso) el segundo día que estuvo en Barcelona después de su viaje por Israel. Saltó de la cama y fue corriendo al living en estado de pánico porque creyó que había perdido al grupo.
De cualquier manera, empiezo a sospechar que yo realmente quedé suspendida en el espacio. Ayer encontré mi boarding pass París-Madrid en la billetera: está sospechosa, extrañamente intacto. Fue un hallazgo escalofriante. Se me ocurren dos cosas al respecto: 1) que AirEuropa sigue buscando a la pasajera que figura en la lista del check-in pero cuyo boarding pass no aparece con los de los demás pasajeros que subieron al avión, o 2) que yo jamás me haya ido de París. Ambas posibilidades me parecen perfectamente posibles, y la última, la más probable. Si un árbol cayó sin que hubiese testigos, ¿hizo ruido al golpear el piso?; si una persona tiene un boarding-pass intacto, ¿subió al avión? Yo digo que no. ¿Acaso es más lógico pensar que yo pasé los controles sin presentar mi boarding pass, sin que nadie me lo pidiera porque mi derroche de simpatía les hizo creer que era una molestia innecesaria hacerme sacar el cartoncito para algo tan superfluo como controlar que los pasajeros que hicieron el check-in fuesen los mismos que subían al avión? Dejame de joder. Esas cosas no pasan. De seguro en este momento duermo en el canapé de los chicos y el calor de Buenos Aires es una pesadilla que en segundos me interrumpirá el sueño en París.
Dejo una pequeña selección de fotos de Madrid y Granada. Sevilla sigue pendiente.
Otra cosa que busqué responderme con desesperación las dos últimas mañanas fue: ¿En qué país estoy? La pregunta surge antes de abrir los ojos, como algo que es imperioso saber antes de que se despeguen los párpados, para no despertar en el vacío. Taquicardia y, por unos segundos, sensación de estar completamente perdida. Son los segundos previos a abrir los ojos y los segundos siguientes a animarme a mirar alrededor y no encontrar más que paredes blancas, internacionales, ubicuas. Ahora entiendo por qué se habla de "color local" como lo que define un espacio en relación con su cultura.
Esperaba que me pasara algo así en Europa, porque llegué a cambiar de ciudad, país e idioma cada 5 días, y hubiese sido esperable vivir en estado de confusión. Sin embargo, no me pasó nunca. Sí tuve varios lapsus con los idiomas. Apenas llegamos a España, después de casi 15 días en París, Ana y yo les decíamos bonjour o pardon a los españoles que, tras comprobar que éramos argentinas, debían de pensar que nos estábamos haciendo las vivas, que éramos un par de snob, o de idiotas. Pero nunca dudé de dónde me estaba despertando. Vanesa, en cambio, me contó que casi me aplasta la cabeza (yo dormía en el piso) el segundo día que estuvo en Barcelona después de su viaje por Israel. Saltó de la cama y fue corriendo al living en estado de pánico porque creyó que había perdido al grupo.
De cualquier manera, empiezo a sospechar que yo realmente quedé suspendida en el espacio. Ayer encontré mi boarding pass París-Madrid en la billetera: está sospechosa, extrañamente intacto. Fue un hallazgo escalofriante. Se me ocurren dos cosas al respecto: 1) que AirEuropa sigue buscando a la pasajera que figura en la lista del check-in pero cuyo boarding pass no aparece con los de los demás pasajeros que subieron al avión, o 2) que yo jamás me haya ido de París. Ambas posibilidades me parecen perfectamente posibles, y la última, la más probable. Si un árbol cayó sin que hubiese testigos, ¿hizo ruido al golpear el piso?; si una persona tiene un boarding-pass intacto, ¿subió al avión? Yo digo que no. ¿Acaso es más lógico pensar que yo pasé los controles sin presentar mi boarding pass, sin que nadie me lo pidiera porque mi derroche de simpatía les hizo creer que era una molestia innecesaria hacerme sacar el cartoncito para algo tan superfluo como controlar que los pasajeros que hicieron el check-in fuesen los mismos que subían al avión? Dejame de joder. Esas cosas no pasan. De seguro en este momento duermo en el canapé de los chicos y el calor de Buenos Aires es una pesadilla que en segundos me interrumpirá el sueño en París.
Dejo una pequeña selección de fotos de Madrid y Granada. Sevilla sigue pendiente.
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